30.4.13

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29.4.13

palomas


He soñado que llegaba a mi casa de día. Que al abrir la puerta el sol me deslumbraba, y al escuchar una sacudida me asustaba. Al ordenar mi cabeza la escena, veía un grupo de palomas batiendo las alas buscando una salida.

Manual de posturas para escribir


Hay gente que, antes de escribir, aspira profundamente. O cierra los ojos y escucha. Hay gente que primero bebe. O sale a la calle y observa. O mira a través de una lupa. Hay gente que para escribir necesita fumar en pipa. O nadar en el mar, y reírse o llorar. Hay gente que escucha música. Gente que la escribe. Y otros, para escribir, simplemente meten tripa.

28.4.13

peonza


Soy una peonza que gira y gira. Y gira. Pero una peonza con tara. Que gira y gira, pero avanza.

enamoramiento


Me he enamorado de un hombre que ha salido en la tele. Yo estaba viendo las noticias, hablaban sobre incendios veraniegos, y de pronto un hombre parecido a Harvey Keitel pero más joven, ayudaba a los bomberos a apagar un fuego. Se veía que era fibroso. Moreno, casi agitanado. El gran follador de su pueblo o a lo mejor un simple colaborador secretamente tullido. Pero a mí se me ha movido algo por dentro, y he decidido buscarlo. He llamado a centralita de la emisora de televisión, he preguntado por una amiga que es secretaria de informativos, y le he pedido que me ayudara a localizar a ese hombre. Por supuesto, la he mentido. No puedo pedirle que pregunte por un hombre que me acaba de apetecer. Al cabo de unas horas descubro que es un joven granadino que vive en un pueblo de la sierra, que puedo encontrarle en un bar, que vive en tal calle, e inmediatamente, sin razón alguna, he perdido completamente el interés por él.

el cuerpo

De pronto, durante pocos segundos, una serpiente de aire frío te recorre la espalda. Tus brazos se convierten en toboganes por los que se deslizan gotas heladas y, como tu cuerpo no sabe reaccionar, decide que lo mejor es terminar todo esto con un buen estornudo.

coleccionar cosas


De pequeña me gustaba coleccionar cosas. En realidad lo que me gustaba era empezar colecciones. O coleccionar colecciones que acababa de empezar. Porque los objetos a coleccionar suelen ser fáciles de recopilar. Pero coleccionar colecciones incompletas es casi imposible. Son tantas las posibilidades que es casi imposible saber qué acabas de empezar a coleccionar.


...

Mi vergüenza me envuelve en un escalofrío. Sudo un vapor ácido que a la vez me protege, supongo que para no volver a caer en mi propia torpeza. Si una mano me ofreciera destaparme, la cubriría con lágrimas tan infantiles como despreciables. Mi mundo se cierra un poco más. Mis alas se humedecen y mis pestañas se pegan para que mis ojos, un día, se abran de otro color.

risa


Me he despertado llorando de risa. A carcajada limpia. Hasta que me he cruzado con la mirada penetrante de mi perro. No sé de qué me reía, pero sé que a mi perro no le gusta que banalice sobre ciertas cosas.

27.4.13

maniquíes

Me gustan los maniquíes. Son como los deseos de los muertos. O deseos muertos. O el eco de alguien que se arruinó. O como muertos intentando ser alguien. Pero que solo consigue llegar al disfraz. Un disfraz muerto. Un muerto vestido de alguien que jamás vivió.


26.4.13

calor


El calor me hace sentir como si tuviera la mente líquida. Si subo escaleras los pensamientos se me resbalan hacia atrás. Si se levanta viento, produce en mi cabeza un suave oleaje y todo lo que pienso se humedece, se refresca, mi memoria tiene escote y mi pudor se quita el traje de baño.

mañanas


No sé, pero creo que esta mañana es una mañana como otra cualquiera, una de esas mañanas que puedes recordar.

25.4.13

mi perro


Cuando miro a mi perro sé que me entiende. Pero cuando él me mira me pregunto si quiere algo que yo no comprendo.

desencuentros

Mi mano derecha se lleva mal con la izquierda. Pero bien con el pie derecho. Entonces le grita y le propone planes. Y la mano izquierda se cela, y se pega al culo poniendo el brazo en jarras como diciendo "¿de qué coño vais vosotras dos?".

tiempo

Algunos días tienen más minutos que otros. Algunas horas tienen menos que otras. Y hay años que pasan de cinco en cinco, o tienen 30 meses, o unas pocas semanas. Y hay gente que vive cada minuto. Otros los multiplican, algunos los ralentizan, y muchos los comparten, los suavizan o los maquillan exageradamente hasta convertirlos en siglos de muerte lenta.

24.4.13

rodaje

Me gustaría protagonizar un anuncio. Hacer de mariposa. O de oso hormiguero. Sentarme en una sala de espera y que me griten "¡adelante!", y entrar en un plató lleno de comida de mentira, pasar la lengua por todo, y revolotear entre los focos. Veinte segundos frenéticos, haciendo anuncios en directo.

vecindario


Me han entrado ganas de molestar a mi vecino. Así que de repente, he empezado a golpear la pared que nos separa, como muy molesta. A cada rato unos golpecitos. Hasta que ya me he puesto de los nervios. He ido a llamar a su puerta, me ha abierto, y ha salido corriendo a dar golpecitos en la pared que comparte con su otra vecina. Que está realmente histérica. Dando golpes insoportables contra el techo, que da al suelo de la azotea.

la vieja caja de zapatos


He encontrado una vieja caja de zapatos con los restos de mi infancia. Al abrirla, mis recuerdos de niña de coletas jugando a polis y cacos se han dado de bruces contra el suelo. Lo que quedaba eran juguetes robados a mis hermanos, ya destrozados. Muñecas decapitadas, sin ojos o con las trenzas cortadas, y papeles con diabólicos dibujos de pájaros muertos, personas deformes y basureros. También está el recordatorio de mi primera comunión, los dientes que el ratoncito Pérez no quiso, y un reloj con el cristal partido y las agujas clavadas en un trozo sucio de algodón. Cuando he cerrado la caja, con la cabeza apagada por el cambio de rumbo de mis recuerdos, se me ha acercado una niña pequeña queriendo quedársela. Se la he entregado y al abrirla ha puesto cara de sorpresa, de asco, de pudor. De niña mayor. Me la ha devuelto y ahora la que quiere volver a jugar soy yo.

calor


Hace tanto calor que me da miedo estornudar en plena calle, no vaya a quedar enterrada bajo edificios de ceniza.

fuera de sitio


Ayer por la noche, mientras miraba a través de la ventana del tren a medida que nos íbamos acercando a Madrid, tenía la extraña sensación de que todo estaba fuera de lugar. Trataba de descubrir barrios que nunca he visitado atravesando con la vista la débil luz de las farolas que pasaban cada vez más despacio. De pronto vi en un banco a unos chicos riéndose y en seguida a otro que nos enseñaba el culo. Después oscuridad, y a veces luces. Y mucho silencio. Y calles vacías y farolas cansadas. Y todo desordenado. Fuera de lugar. Las cosas lejos de donde se suponía que estaban. Como en una dimensión extraña. Y cuando el tren finalmente se paró, salí tirando de la maleta, caminando despacio, arrastrando el cuerpo bajo un calor seco y pesado. A lo lejos vi a mi tía que se acercaba, me fijé en que tenía algo raro en el hombro. Un bicho. O no, era demasiado grande para ser un bicho. Me acerqué más. Y descubrí una mantis religiosa sobre su camisa de hilo mientras ella, con una sonrisa vieja y familiar, se acercaba a besarme bajo los neones de aquel lugar con olor a metálico, en medio de la ciudad. 



desencajada

Estaba mirando el escaparete de una tienda, cuando he visto que dentro el vendedor se acercaba e intentaba coger algo que le indicaba un comprador. Su mano ha caminado con la ayuda de los dedos durante unos segundos, pero al no encontrar lo que buscaba, se ha asomado hasta que con la mirada se ha parado en mí. Entonces ha salido de la tienda, me ha agarrado de la muñeca y ha empezado a desencajarme las piezas encima del mostrador. Una a una. Hasta que me ha metido en una caja, le ha hecho varios agujeritos para que yo pueda respirar, y después he ido escuchando cómo me envolvía para regalo sin respetar la ventilación. No encuentro mi boca, mi nariz está tapada por una rodilla, me estoy ahogando a pedazos, y no consigo encontrar mi ojo para poder ponerme a llorar.

22.4.13

El cuello


A partir de ahora he decidido no utilizar el cuello. Prescindo de él, ya no lo quiero. He decidido no girar, ni mover, ni torcer la cabeza. No mirar a nadie por encima del hombro, ni afirmar ni negar con gestos. A partir de ahora las bufandas se caerán por su propio peso, las orejas me rozarán los hombros y mi cuerpo estará pegado a mi cabeza sin necesidad de esa especie de pasillo torpe. Ya no habrá besos por el cuello, ni collares. Ya no habrá cuello. Si quiero mirar a la derecha tendrá que ser con el cuerpo entero. Y luego me pienso si necesito para algo los dedos del pie izquierdo.



El viento


A veces el viento abre las ventanas de mi casa de golpe y me la ordena. A veces las cierra y se lleva los muebles.

El mando


He descubierto que el mando de mi tele enciende y apaga las de todo el vecindario. Por fin soy dios. Ahora tendré que pensar en qué creer para ver qué canal nos conviene más a todos.

Camisa de fuerza

A veces cruzo los brazos para sujetarme. Para mantenerme recogida dentro de mi propio cuerpo y no largarme. A veces tengo tantas ganas de salir de mí, que me hago una camisa de fuerza con los brazos, y tengo que cruzar las piernas para no salir por abajo.

Coger carrerilla


A veces se me olvida que hay que coger carrerilla. Y me lanzo a lo difícil a pelo, sin prepararme, sin sonarme los mocos primero.

Mi memoria

Dice mi memoria que yo antes vivía en una casa grande, muy grande. Con muebles inmensos y una cama gigante. También dice que siempre hacía buen tiempo, que las calles estaban llenas de frondosos árboles, la gente era amable y las cosas fáciles. Que tenía grandes amigos, veranos intensos, eternos y divertidos. Que mi familia era perfecta, unida, alegre. Que yo era feliz, que aprobaba sin estudiar. Que me pasaba la vida en la calle, o jugando con mis hermanos mayores. Yo personalmente no recuerdo así las cosas, pero no voy a empezar a discutir ahora con mi memoria.

Frases

A veces, sobre todo cuando estoy cansada, mi cabeza funciona a un ritmo desacompasado. Antes de escribir una palabra ya la he olvidado. O mientras la escribo creo que ya lo he hecho y luego me faltan sílabas. A veces olvido que las he puesto, las vuelvo a escribir y me sobran. Entonces, cuando releo, descubro nuevas palabras abreviadas, palabras prolongadas, o simplemente, no vuelvo a releer jamás cuadernos enteros llenos de frases cansadas.

La playa

Una larga y fría playa en un día soleado de invierno. Los azules del mar a veces son grises, y la marea ha limpiado lo que las olas ahora cubren de arena. Una anciana de pelo blanco vigila a sus cinco nietos que construyen castillos puntiagudos entrelazados por túneles que a veces se cubren de agua. Una obra de ingeniería infantil, rodeada de herramientas de colores, rozando la catástrofe. La mujer, abrigada en su hamaca, teje tranquila una tela pequeña mientras les observa con ternura. Se trata de una reproducción en punto de cruz, de Saturno devorando a un hijo.


El brazo


A mi padre le amputaron el brazo izquierdo tras un accidente de coche en el que conducía su hermano gemelo. Esto fue hace mucho tiempo, y desde entonces la relación entre los dos cambió radicalmente. Mi tío se siente culpable, cree que es a él al que le debería faltar un miembro, y mi padre le quita hierro al asunto hablando del tema con una naturalidad que a veces resulta hasta chocante. Afirma que aún es capaz de sentirlo, así que en las reuniones familiares, mi tío le pregunta con gran interés por su brazo inexistente, y mi padre le contesta como si le estuvieran preguntando por la salud de su mascota. Es curioso. Desde aquel accidente, mi padre se ha conseguido conservar mucho más joven que su hermano. Supongo que la culpa hace que uno envejezca antes.

16.4.13

Las lecturas más políticas del periodista Javier Lezaola

¿Crees que la Literatura juega un papel importante a la hora de remover conciencias?
Normalmente juega un papel fundamental. Sin la literatura es muy difícil que se remuevan conciencias, aunque no toda la literatura sirve para ello. Si se trata de remover conciencias, yo creo que hay que saber elegir lo que se va a leer y utilizarlo para analizar la realidad política, económica y social.

¿Por qué crees que hay que leer?
Porque en los libros está todo o casi todo. A través de la lectura podemos conocer otros mundos –reales o imaginarios–, pero también podemos comprender mejor el nuestro e incluso incidir de alguna forma en él. Y leer también es fundamental si se aspira a escribir medianamente bien.

¿Cómo empezaste a leer libros con peso político? ¿Con qué autores te estrenaste? ¿En qué situación te encontrabas?
Empecé a leerlos en casa, siendo estudiante y unos años antes alcanzar la mayoría de edad. Leí más o menos pronto obras políticas clásicas como el ‘Libro Rojo’, de Mao, o ‘La Historia me absolverá’, de Fidel Castro, pero también unas cuantas novelas de escritores como Baroja o Gabriel García Márquez.

¿Tienes algún primer libro o autor que te conmoviera entonces especialmente? ¿En qué época de tu vida te pilló?
Me conmovió bastante ‘La madre’, de Gorki, una novela ubicada en los últimos tiempos de la Rusia zarista. También ‘Réquiem por un campesino español", situada en la Guerra del 36. Y una obra de teatro bastante cruda: ‘Las manos sucias’, de Sartre. Las leí todas en los años noventa, poco antes de llegar o recién llegado a la Universidad.

A los jóvenes que comienzan a despertar, ¿qué lecturas les recomendarías? ¿Por dónde empezar?
Les recomendaría que empezaran por lecturas sencillas, como ‘El problema español’, de Alberto Arana, o ‘Razones para la rebeldía’, de Willy Toledo, sin ir más lejos. Un buen libro, y muy pegado a la actualidad, es ‘Vidas hipotecadas’, de Ada Colau y Adrià Alemany. También me gusta el estilo fresco y directo de gente como Michael Moore.

¿Qué autores y obras te parecen imprescindibles? Autores de referencia.
Para saber dónde estamos y por qué, son muy interesantes obras como el ‘Manifiesto Comunista’, de Marx y Engels, o ‘El Estado y la Revolución’, de Lenin, y otras más actuales como ‘El miedo a la democracia’, de Chomsky, o ‘La doctrina del shock’, de Klein. Bergamín y Alfonso Sastre también son autores de referencia.

¿Podrías hacerme un breve recorrido por tu estantería de contenido político o filosófico?
Hay de todo, desde esos clásicos hasta libros relacionados con problemáticas concretas de Cantabria. Hay bastante sobre Euskadi, la URSS y Cuba, empezando por las obras completas del Che. Y mucho sobre comunicación y los mass media, de autores como Pascual Serrano, Michel Collon, Lolo Rico...

¿Qué libros tienes ahora mismo en tu mesilla de noche?
Acaban de regalarme cuatro libros de Javier Ortiz, y estoy leyendo dos de ellos. Uno es ‘Jamaica o muerte’, que recopila algunos de sus mejores ensayos, conferencias y artículos, de muchos de los cuales estoy disfrutando por segunda vez. Y el otro, ‘Así fue’, la biografía política que escribió de Xabier Arzalluz.

¿Me recomendarías tres libros?
Uno, para entender la actual crisis y sus causas: ‘La catástrofe perfecta’, de Ignacio Ramonet. Otro, sobre el intervencionismo estadounidense durante el pasado siglo XX: ‘Soberanos e intervenidos’, de Joan Garcés. Y otro, para conocer bien a los Borbones españoles: ‘Hasta la coronilla’, de Iñaki Errazkin.

Javier Lezaola ha trabajado como redactor y redactor jefe. Actualmente es colaborador de diversos medios escritos. 
Twitter: @JavierLezaola

15.4.13

Entrevista al escritor irlandés John Banville

“Para nosotros los irlandeses, el inglés es un idioma extranjero”

Uno de los mejores escritores vivos en lengua inglesa, el irlandés John Banville nació en Wexford en 1945. Entre sus obras más destacadas se encuentra La carta de Newton, El Intocable y El libro de las pruebas, por el que fue candidato al Booker Prize en 1989, premio que consiguió en 2005 por El mar. Ahora nos sorprende con Antigua Luz, una novela sobre la memoria, que desborda erotismo y sensualidad.


Banville es un hombre de gesto serio, mirada fría, pausado y observador.
Pero salpica toda la conversación con frases irónicas, anécdotas, citas de
otros escritores, y un poco de humor negro. Se pide una copa de vino blanco
mientras hace comentarios sarcásticos sobre la música de fondo que hay
puesta en el local, convirtiendo la entrevista en un cómodo y entretenido
diálogo.

Acaba de publicar en España Antigua luz, en la que la historia salta entre el
presente del narrador, el actor retirado Alex Cleeve, que ya aparecía en su
novela Eclipse, y un idílico verano de hace cincuenta años en el que tuvo un
romance con la madre de su mejor amigo. Banville captura a la perfección el
espíritu de la adolescencia, el cuerpo del adolescente deseoso de experiencias
sexuales, con la mente borrosa por el erotismo y los sentimientos encontrados.
El escritor procede de una familia humilde en la que su padre trabajaba en un
garaje y su madre cuidaba de la casa, en una Irlanda provinciana, cerrada y
muy católica.

¿Cuándo comenzó a leer?
Comencé muy pronto, ni siquiera sé a qué edad porque me recuerdo leyendo
siempre. Estaba profundamente enamorado de los libros. Hasta el punto que
cada vez que terminaba uno lloraba, literalmente, se me saltaban las lágrimas,
me sentía como si estuviera de luto, ya que el que terminaba había formado
parte de mi vida. Mis padres no eran lectores, así que conseguía los libros
en la biblioteca. Ten en cuenta que éramos muy pobres, tanto económica
como espiritualmente, puesto que entonces vivíamos bajo el yugo de la Iglesia
Católica, con lo que la biblioteca era el lugar perfecto donde refugiarte de
aquella realidad, y a la vez una ventana al mundo exterior. La lectura suponía
una escapada y a la vez un descubrimiento tras otro. Por eso creo que las
bibliotecas son una de las instituciones más importantes que hemos inventado.

¿Y a escribir? ¿A qué edad comenzó?
Creo que empecé a los doce años. Me había leído Dublineses de Joyce y me
fascinó. Me fascinó descubrir que se podía escribir sobre la vida tal y como yo
la conocía, que las historias no tenían que ser necesariamente de detectives,
sino que podían girar alrededor de la vida cotidiana. Así que me puse a escribir
terribles, horrorosas imitaciones de Dublineses. Pero lo seguí haciendo, seguí
insistiendo para mejorar, y aun sigo tratando de aprender.

En Antigua Luz plantea que la memoria no es fiable, que nuestros
recuerdos cambian con el tiempo…
Sí, yo creo que nos inventamos el pasado, que ensamblamos las piezas
para que encajen. No creo que recordemos las cosas exactamente como
sucedieron. A todos nos ha ocurrido llegar a una casa que pensábamos que
conocíamos muy, muy bien, y nos hemos encontrado con que las ventanas o
las puertas no están donde las recordábamos. No recordamos las cosas tal
como sucedieron.

Usted, que es tan minucioso con el lenguaje, ¿cree que éste también
afecta a la memoria?
Vaya… buena pregunta, la verdad es que no lo había pensado, fascinante (se
ríe). Creo que formulamos el significado del pasado sobre nuestro presente en
términos lingüísticos. Nos contamos a nosotros mismos qué pasó, cómo fue
ese pasado. Retenemos ciertas imágenes deslavazadas que nos vienen del
pasado y probablemente la tarea de unir todas esas imágenes para crear la
memoria sea una tarea lingüística. ¿Le parece suficientemente complicada mi
respuesta? (risas)

En ese mismo sentido, ¿cree que afectan las traducciones al lenguaje
original? ¿se pierde algo por el camino?
Como dijo Robert Frost, lo que se pierde en la traducción es la poesía. Si
piensas en una imagen, eso probablemente sea cierto. Lógicamente también
depende de la traducción. Por ejemplo, la novela de los años 50 sobre la clase
trabajadora Room at the top de John Braine, se tradujo al sueco como El ático,
con lo que perdió todo el sentido.

El lenguaje es lo más importante que hay para mí. Es cómo me expreso
conmigo mismo, es cómo observo la realidad. Es la razón por la que escribo,
supongo, el tratar de recrear el mundo a través del lenguaje. Con el lenguaje
creamos imágenes, pero es un proceso muy extraño. De hecho, aun sabemos
muy poco sobre el lenguaje. Quiero decir que parece sencillo pero no lo es.
Convertir una escena, una reunión, o a una persona… plasmar la realidad en
una hoja en blanco es un proceso muy, muy extraño. Nunca me acostumbraré
a él, nunca se me hará algo normal, jamás dejaré de maravillarme por ese
proceso. Jamás dejaré de sentirme maravillado por el proceso de crear frases.

Usted cuida muchísimo el estilo y el ritmo…
Para mí son lo más importante, lo más básico. El ritmo es fundamental. A
menudo leo lo que escribo en voz alta, porque, por ejemplo, en poesía tienes
unas reglas a seguir, tienes la estrofa, la rima, pero en la prosa eso no existe.
Una vez alguien le preguntó a Joyce si podría resumir El Ulises en una sola
frase y él contestó: “¿Cómo de larga la frase?” (risas). Conseguir que una frase
tenga ritmo es muy complicado y a la vez fascinante, porque yo puedo creer
que lo tiene pero, ¿cómo consigo que para el lector tenga ese mismo ritmo?
Ese es el gran desafío de la prosa. Y a mí precisamente lo que me interesa
es ese desafío, lo que ya no tengo claro es en cuántas ocasiones lo hago con
éxito. Uno mismo puede meterse en los enredos más asombrosos. En una
ocasión, Heidegger estaba dando una de sus lecturas y de pronto paró en
mitad de una frase y gritó indignado: “¡Pero si esto parece chino!”.

Al principio de Antigua Luz hay un párrafo que me recordó al comienzo de
Lolita, de Nabokov, en el que describe cómo se pronuncia el nombre de
Cecilia Grey, ¿se trata de un guiño?
Ah sí, sé a cuál te refieres, pero la verdad es que no lo había pensado. Estoy
seguro de que viene de ahí aunque haya sido algo inconsciente. Al fin y al
cabo, todo lo que uno lee deja un poso, deja un eco. Y bueno, con frecuencia
tomamos cosas de otros. T.S. Eliot dijo que los buenos escritores toman
prestado y los grandes escritores roban, así que yo robo con frecuencia (y
se ríe). Pero la gente también me roba a mí, ¿eh? Cuando leí Los anillos de
Saturno de W.G. Sebald descubrí que me había robado una frase de El libro
de las pruebas, así que lo hacemos todos, todos somos ladrones. Ladrones y
caníbales.

¿Es fácil escribir sobre sexo?
No, es extremadamente difícil. El acto es maravilloso, pero escribir sobre
ello es terrible. Si hasta lo intentó D.H. Lawrence con fatales resultados.
Siempre termina sonando, o demasiado rígido, o demasiado sentimental. A
mí me resulta imposible, porque la experiencia es tan distinta a su aspecto
exterior, que para escribir un libro erótico o pornográfico tendría que ser una
fantasía. Si te fijas, en ninguna novela pornográfica va nadie nunca al cuarto
de baño, excepto en La Historia de O. Creo que ese es un gran libro, y lo que
lo convierte en algo tan fascinante es que creo que tienes que leerlo dos veces
para darte cuenta de que la mujer, la protagonista, es la que lo controla todo.
Aunque los hombres estén abusando de ella sexualmente, maltratándola, ella
siempre tiene el control. Es un libro fascinante, me encantaría adaptarlo para el
cine.

¿Cómo se siente cuando le comparan con Nabokov?
Me siento halagado. Nabokov es un grandísimo escritor. Pero la diferencia
entre él y yo es que Nabokov no tiene sentido musical. Esto no lo digo yo, lo
dijo él mismo. Yo siempre había notado algo raro en su prosa, y cuando leí
esto pensé: “eso es”. Para mí el ritmo es fundamental y para él no lo es.
Lo que sí siento que nos une es que ninguno de los dos escribimos en
nuestro propio idioma. Él era de origen ruso, y nosotros los irlandeses no nos
sentimos… la palabra no es incómodos, nos sentimos distanciados, como si lo
observásemos desde otro ángulo, observamos el inglés desde fuera. El inglés
es un idioma extranjero para nosotros, y eso que lo hablamos desde 1840,
pero nuestra gramática es completamente distinta, y el ritmo también. Hay una
tensión por tanto entre el inglés que hablamos y el idioma que llevamos en los
genes. Y esto es algo que resulta muy productivo, porque creo que siempre es
bueno mantenerte fuera del lenguaje. Y creo que por eso hay tantos críticos
literarios ingleses que odian mis libros, porque creen que son intentos fallidos
de escribir una novela inglesa.

La literatura irlandesa cuenta con enormes figuras como Joyce, Samuel
Beckett, WB Yeats… ¿se siente presionado de alguna manera?
Por supuesto. Siempre me comparo con un habitante de la Isla de Pascua,
con esas inmensas figuras de piedra mirándome desde arriba y diciendo: “mira
lo que hemos hecho nosotros, así que a ver qué haces tú ahora”. Sí, es una
presión enorme. Es curioso pero en Irlanda tenemos, o grandes escritores o
escritores fallidos, pero no parece que tengamos nada en medio. Los ingleses
tienen literatura intermedia, tienen escritores medios, pero nosotros no, parece
que solo tenemos estas enormes figuras.

¿Cómo se protege de la presión de esas grandes figuras a la hora de
escribir?
No leyéndolos (se ríe). Cuando escribo no puedo leer a Joyce o a Beckett. Sí
puedo leer a Yeats, que es mi gran espejo. Pero es que Yeats, aunque suene
un poco extraño, no es realmente un poeta irlandés. Se fue a vivir a Londres
muy joven, descubrió que Irlanda era su material y regresó, pero es algo
sintético, lo que forma parte de su grandeza.

¿Vuelve sobre sus libros una vez están publicados?
No, jamás los vuelvo a leer. Me da vergüenza. Una vez me encontré con una
amiga por la calle y me dijo: “Qué pálido estás, ¿te encuentras bien?” Y le
contesté: “hoy se publica mi novela y me siento como si caminara desnudo
por la calle”, “pues parece que vayas enseñando hasta tus radiografías”. Me
pareció maravilloso, era exactamente como me sentía.

¿Tampoco lee las críticas de sus libros?
No. Ni aunque sean positivas. Mira, me paso tres, cuatro, hasta cinco años
escribiendo una novela, con lo que sé qué fallos tiene, conozco sus pocas
virtudes, llego a conocer tan bien mi trabajo que nadie me puede aportar nada
que yo no sepa, ni tampoco hay nadie que pueda ser más crítico que yo con mi
propio trabajo.

¿Y no puede haber nadie que le descubra algo?
Podría ser, pero no vale la pena leerse todas esas críticas para encontrar un
pequeño detalle que no supiera. Los lectores sí me descubren cosas. Cuando
hago lecturas son ellos los que realmente me dicen cosas sobre mis libros que
yo no sabía. Cuando era joven sí compraba toda la prensa y leía todo, pero
porque en aquella época había críticos que vivían de eso, eran profesionales
que se dedicaban a ello por entero. En la actualidad nadie puede sobrevivir a
base de escribir crítica literaria, así que todos los críticos hoy día se dedican
realmente a otras cosas, la mayoría de ellos a escribir, y si son escritores, te
odian por tener éxito.
Y sobre todo, si lees las críticas que te hacen, tienes que aceptar que las
positivas son igual de válidas que las negativas.

Pero usted también es escritor y crítico literario…
Pero yo hace tiempo que solo escribo críticas de libros que me gustan. Mi
mujer siempre me dice que doy una impresión absolutamente distorsionada
de mí mismo al hacer esto, ya que todas mis críticas son favorables. Me dice:
“la gente no se da cuenta de la cantidad de libros que odias”. Si recibo un libro
para escribir una crítica y no me gusta, lo devuelvo. Esto es porque estoy en un
momento de mi vida en el que creo que no tiene sentido desanimar a la gente
a escribir. Yo quiero animar, decirles “este libro es estupendo”. Alguna vez sí
recibo algún libro que es tan malo que creo que tengo que escribir la crítica y
decir “esto es horrible”, pero es raro que lo haga.

A Ian McEwan le hizo una crítica feroz de su novela Sábado…
Vaya, esperaba que no me sacaras ese tema (risas). ¿Ves? Eso fue un error.
Sí, le puse a parir en una crítica en el New York Review of Books y luego
escuché a alguien decir “es la mejor peor crítica que he leído nunca”. Aquello
fue terrible, no lo volvería a hacer. La razón por la que lo hice fue porque recibí
el libro mucho después de que se publicara, y leí cosas sobre él como: “el gran
libro sobre el 11 de Septiembre”, o “es el mejor retrato de la sociedad
actualidad”, y cosas así. Aquello era basura sobre el libro, pero lo que tenía
que haber aclarado es que estaba criticando a los críticos, les estaba diciendo:
“mirad, este libro es muy, muy malo, ¿de verdad vais a decir que es
maravilloso?”. Muchos no me perdonaron aquello. Y muchos de ellos se
vengaron cuando publiqué mi siguiente novela. Pero mira, por una vez sentí
que tenía que salir y hablar, decirles a todos que el emperador no llevaba traje
en esta ocasión, y que todos estaban equivocados, o que ninguno se había
atrevido a decir la verdad. No te podrías imaginar la cantidad de emails y
mensajes que recibí de gente diciéndome que estaba de acuerdo conmigo, que
tenía razón. Pero me lo decían entre bastidores, luego no se atrevieron a
admitirlo en público jamás. Eso es muy cobarde. Yo creo firmemente en la
crítica literaria como una tradición honesta y por ello trato de ser lo más
honesto que puedo. Por ello nunca escribo críticas de libros de amigos míos,
porque son amigos míos, como tampoco escribo nunca críticas de libros de mis
enemigos, porque son mis enemigos.

¿De dónde viene Benjamín Black?
Es muy sencillo. Había escrito una serie de capítulos para la televisión que
luego nunca se llegaron a rodar y odio desaprovechar material, así que lo
convertí todo en una novela. Después decidí que tenía que usar un seudónimo
como una especie de broma literaria. Él es el que me hace el trabajo cotidiano,
el que gana el dinero por mí. Y ahora que lo pienso, no lo está haciendo muy
bien, la verdad, aunque lo intenta.

¿Cuál es la diferencia entre Benjamin Black y John Banville?
Uy, son completamente distintos. Black escribe muy deprisa. Termina un libro
en tres o cuatro meses, mientras que Banville tarda años y años. La diferencia
esencial es que Benjamin Black es un artesano y Banville se cree que es un
artista, es completamente distinto.

Físicamente Benjamin Black es como Quirke, el protagonista de sus novelas.
De hecho, muchas veces los confundo, muchas veces hablo de Quirke y en
realidad me refiero a Benjamin Black, y al revés. Él es alto, increíblemente
guapo, irresistible para las mujeres… vamos, todo lo que yo no soy.
Lo creé sencillamente porque necesitaba que alguien me hiciera el trabajo,
porque con este tipo de novelas que escribo no se sobrevive, las ventas son
muy bajas. Bueno, tengo que decir que no en España, pero en la mayoría
de los lugares sí. Además, durante 35 años he trabajado como periodista y
cuando dejé aquello necesitaba hacer otra cosa, así que creo que es mi parte
de periodista que ahora quiere escribir libros.

¿Quién va a escribir la siguiente novela, John Banville o Benjamin Black?
Benjamin Black. Va a escribir una novela de Philip Marlowe, ya sabes, de
Chandler. Y después escribiré otra como Banville. También escribo para el cine
constantemente. Me encanta, es un medio maravilloso.

¿Es muy diferente escribir para el cine?
Sí, es completamente distinto, es muy rápido. Si pudiera teclear tan rápido
lo haría en tiempo real. Es un sistema de escritura completamente distinto,
porque tienes que escribir de forma plana. Es muy interesante, cuando convertí
aquel guión para televisión en la primera novela de Benjamin Black, tuve que
cambiar absolutamente todas las frases de todos los diálogos. Porque cuando
escribes para la pantalla, escribes blanco, plano, sin énfasis, porque son los
actores los que le dan vida al diálogo. Pero cuando escribes para las páginas
de un libro, los diálogos tienen que hacer todo el trabajo por sí solos, así que
lo haces de forma distinta. Y luego, cuando comienza el rodaje, te llaman y te
dicen “perdona, pero necesitamos un par de líneas para mañana”, lo haces del
tirón y lo envías. Es excitante, es como un juego.

¿Cómo se siente más a gusto, como escritor, como guionista, como
crítico…?
La verdad es que trabajo mucho como crítico literario, muchísimo, es lo que
más satisfacciones me da, porque escribir como Banville es un tormento,
es una tortura. Ten en cuenta que una crítica la terminas, es como hacer un
mueble, que cuando está acabado, está acabado. Pero Banville siempre está
insatisfecho. Si yo escribiera un libro que me gustara ya no volvería a escribir.

Entonces este libro, por ejemplo, Antigua Luz, no está terminado…
Hay una bonita historia sobre Henry James en su lecho de muerte en la que
está escribiendo sobre una hoja de papel, y escribe y escribe, hasta que se le
cae la mano y con ella el papel al suelo.
Así que la respuesta es no. Mis libros no estarán acabados hasta que yo no
esté acabado.

Esta entrevista fue publicada en la revista 7K, el dominical del diario Gara, el domingo 11 de noviembre de 2012. 

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